martes, 7 de septiembre de 2021

No existe país sin choque sangriento

Si algo he aprendido de la historia agitada de este terruño es que no existe país sin choque sangriento. Ya habrá otro lugar para que me extienda sobre esa hipótesis, pero lo cierto es que llegamos a una fecha meramente casual, una cifra redonda que algunos se empeñan en celebrar aunque aludiendo a razones equivocadas. Quiero explicarme: un himno, un árbol patrio, una jura a la bandera no son razones en sí mismas para celebrar un país. Debiésemos conmemorar un ideal, un imaginario en común. Sin embargo, no tenemos claro qué es eso que podemos imaginar en conjunto. 




¿Y qué hay de la música? Esta entrada la he venido pensando desde hace ya algunas semanas. Al final, escribo sobre música “nacional”, sobre artistas “nacionales”, el tono de mis publicaciones viene siendo siempre algo muy nacionalista aunque no quiera. Resulta que estoy convencido que ese imaginario en común que menciono gira en torno a la cultura y el arte, las costumbres y las tradiciones de un conglomerado. 


Veamos (aunque les duela a muchos, de manera absurda) a México. Allá los mariachis son símbolo de identidad, pese a que en Guatemala también hubiera. Allá el tequila es bebida nacional registrada y también es sinónimo de calidad, es una marca país. Qué decir de los tacos y su rica gastronomía callejera, de Chespirito, Cantinflas, Pedro Infante y hasta a El Tri de México te lleva a un imaginario local, real, inconfundible. Y hablamos de más de 150 mil personas en una gigantesca porción de tierra. 


Guatemala, minúscula en comparación, tiene a Asturias, a Tito Monterroso, a José Milla y tantos otros, pero somos analfabetas. La marimba te da cierta noción de país o pertenencia pero son miles los que reniegan de su sonido. Grandísimos artistas plásticos como el mismísimo Efraín Recinos o González Goyri, pero un número muy reducido de personas los reconoce. Quizá lo más popular que tenemos, entre la gente de a pie, es la gastronomía tan rica y mestiza; y el movimiento de Rock nacional. Y sí, ya sé que no faltará el sofisticado con superioridad moral dirá que la música nacional “toda suena igual” y que es “gacha en comparación con lo que viene de México, Argentina y España”. Y pues es válido, los gustos no se pueden imponer. Sin embargo, es imposible no pensar en un conjunto coreando a todo pulmón “Peces e Iguanas”, “El Norte”, “Ángel” o “Selene”. Son miles de personas en todo el país que yo he visto con mis propios ojos gritar a todo pulmón “El último trago” o “Si no hay sentimiento”.  


El mismo hecho que el concepto de Rock nacional te dé un sonido particular, radica justamente en la identidad, tal cual como los mariachis o el tango. 


Y sí, también sé que me encantaría incluir otras bandas más recientes de calidad muy sofisticada y con músicos muy profesionales y traerlos a este siglo, pero sabemos que lastimosamente la moda llegó tan rápido como pasó. Los medios y las marcas creyeron en el movimiento por poco menos de una década. De 2004 en adelante, salvo una cervecera, los apoyos son escasos y mínimos. No comprenden el enorme potencial que tendrían en sus manos. 


Pero volviendo al punto, poco genera tanta identidad como la música nacional. Yo he visto a comunidades completamente indígenas cantar el repertorio completo de un concierto de Alux, tanto como en Jutiapa con gente mestiza. Lo único común que tienen además de haber nacido dentro del mismo límite imaginario, es su gusto por la música. Y en eso creo que radica la identidad de ese imaginario tan evasivo. 


Quizá nos faltó luchar por nuestra libertad hace 200 años. Quizá los de arriba lograron quedarse con todo sin heredarnos una causa por la cual luchar por generaciones. Pero “ya montados en el macho”, es necesario crear identidad, esos símbolos que nos unifiquen, que reduzcan nuestros conflictos y que nos veamos a través de ellos como lo que somos: conciudadanos. Si nos estrechamos la mano en un concierto, si eso es lo que toca, pues que valga. Quizá podamos construir nación, esta vez sí, sin choque sangriento.