lunes, 21 de octubre de 2013

Las increíbles aventuras de un músico de bar

Entre el humo de cigarros, risas estruendosas, choques del cristal de botellas y una avalancha de decibeles estridentes, nuestro héroe está inmerso en su mayor reto: tocar música. El relato que contaremos a continuación, puede asemejarse a la realidad, ha nacido de decenas de historias de colegas amigos y vivencias personales. ¿Están preparados para conocer las increíbles aventuras de un músico de bar guatemalteco?

Y ERA UN MÚSICO COMO OTROS...

Nuestro protagonista armó una banda. Tocan covers y una que otra canción original, quizá sean especiales quizá no. Pero han ensayado por espacio de unos cinco meses, disciplinadamente todas las semanas. No ahondaremos en todas las peripecias que cada integrante ha tenido que pasar para cumplir y aprenderse la música. Jalones, arruinadas del auto, préstamo de algún intrumento, incluso romper la alcancía para comprarse el ampli adecuado. Soportar las miradas de algunos, los comentarios y reclamos de vecinos que no quieren oír bulla durante su fin de semana. En fin. La música ha impulsado a este joven y sus amigos para hacer lo que les gusta. Aquel impulso, aquella obsesión, ellos quieren salir, tocar, darse a conocer. La novia de uno de los integrantes y los papás del baterista aseguran que tocan muy bien, que "deberían probar cantarle a algo más grande que el campo...", como para contextualizar a los más poéticos.

El impulso original nos llevó a hacer playeras y tocar donde hubiera espacio


Sí, por qué no han de tocar en algún bar, tienen talento y ellos han escuchado a bandas peores cuando salen con los cuates. Así que se deciden. Necesitan armar un toque. Ya tienen 10 canciones bien armadas, que suenan sólidas, así que ya pueden ir y darse a conocer. Pero, como la mayoría de cosas en la vida, no hay manual, no hay maestro, solo su impulso para ir a tocar puertas y ver qué sale. Consiguen el teléfono de dos bares, llaman, tratan de averiguar qué se necesita, qué se requiere para tocar. El dueño del bar no suena muy interesado, no pone sonido, no pone nada. Les da simplemente las condiciones: él necesita más de 50 personas garantizadas que paguen la entrada y que el consumo mínimo ya en el bar debe ser de Q50 (a veces más), él recibirá un 60% de lo que se cobre en la entrada y deben tocar al menos 2 horas y media, si cumplen con eso pueden tocar.

LA CONSTRUCCIÓN DE UN SUEÑO



Felices y emocionados, contactan a otros cuates con otra banda para llenar toda la noche de música. Ilusionados de lo "fácil" que fue, se preparan. Alguien es amigo de un diseñador, que les hace el favor de armarles el afiche y (dependiendo de la época de este relato) se arma un evento en Facebook o se comienza a volantear para convocar gente. Cada integrante convence a tíos, sobrinos, amigos y si es posible mascotas para que asistan. Entre las dos bandas pueden acarrear quizá a unas 50 o 60 personas, y con los que asistan casualmente ya podrán lograrlo.

Pero, ¿Quién pone el sonido? ¿A quién hay que contratar? ¿Nuestro equipo será suficiente para sonar bien? todas, preguntas válidas de novatos. Preguntando, cotizando, comparando se topan con la inquietud de que necesitan alquilar el sonido. Siempre hay alguien que conoce a alguien y surge la usual "coperacha" entre los integrantes de las dos bandas para pagar el sonido. Está todo preparado, quizá se logre compensar con los ingresos de la taquilla.

Más de 110 personas acudieron a un toque de Axis, en 2008
"Y sueños de gloria llenaron sus noches". Sí, casi no pudo dormir nuestro héroe, casi todo había salido bien, para ser un grupo que nunca había tocado antes. Ahora todo dependía de que el toque simplemente saliera bien. Practicar un poco, comer, preparar los instrumentos, subirlos al auto de quien le dará jalón para el lugar. Llegar tres horas antes. Poco a poco se van reuniendo, el sonidista también llega y comienzan a acarrear todos los instrumentos hasta el lugar: subir gradas, luchar para que los meseros lo atiendan, nadie mueve un dedo, el toque lo arman literalmente solos. La misma novia se ofrece a cobrar en la entrada, en fin, todo sale adelante. Algunos desperfectos en el sonido, usual, algunas pequeñas equivocaciones de algunos integrantes, disimulados por la estridencia y la bulla de la gente. ¡Lo lograron! llegaron más de 50 personas. Algunos, luego del toque le comentan que los precios están un poco caros, que los meseros tardaban mucho en llevar el trago de cortesía incluido en el cover y que no dejaban de aclarar que el consumo mínimo era de Q50.

 LAS CUENTAS FINALES

En fin, el dueño del bar lo felicita por tocar tan bien, aunque aclara que no llegó toda la gente que esperaba, pero que todo salió bien. 62 personas llegaron, equivalente a casi Q650 de ganancia para el músico. "Nada mal, pensó nuestro héroe, con eso cubrimos el sonido y nos repartimos como Q100 cada banda". El dueño le dice que llegue esa semana con la factura para darle su dinero. ¿Factura? ¿Cuál factura? Sí, la factura en la que el dueño justifica sus "gastos" para poder darle Q650 al músico, así que hay que hacerle un pequeño descuento de impuestos, y además, le servirá de declaración impositiva a alguien que no movió un solo dedo para el toque. Recibió solo de entradas más de Q1,200 que no declarará y del consumo mínimo de 62 personas, al menos se había embuchado otros Q3,100. Así que el dueño del bar, sin hacer nada ganó más de Q4,000 mientras la banda se quedará, con Q100 si bien les va.

En fin, el músico regresa el viernes siguiente, luego de salir del chance, lucha un resto en la entrada para que le dejen entrar sin pagar cover. Lleva su factura, con un poco de molestia juntan el dinero que se les debe a los músicos. Mientras espera, observa a la banda que toca esa noche. Está repleto el bar, quizá más de 100 personas. Hay carcajadas, meseros yendo y viniendo, nota que nadie, en absoluto presta atención al músico. La gente llegó a pasarla bien, a conectar, a chupar, pero la música es solo música de fondo. Recibe su dinero por fin. "Y quedose sin voz por la noche el cantor..." realmente considera si esos Q100 (menos la gasolina) valen la pena el sacrificio. Sabe que sí, pero quién sabe si sus compañeros puedan aguantar este tipo de tratos. Se retira del bar, no quiere saber nada de música de bares por el momento.

Esta es solo una historia, algunos sí siguieron perseverando, algunos tiraron la toalla después de un par de tratos más como este. Cualquier parecido con la realidad, créanme, es lo más usual en nuestra vida citadina de músicos.





jueves, 3 de octubre de 2013

"No me gusta el Rock Nacional"

Si me dieran un devaluado billete de Q100 por cada vez que he oído esa expresión sería millonario a estas alturas. La primera vez que lo escuché fue talvez hace unos 15 años, proveniente de alguien que quería darme a entender que era cosa aparte, nada de mezclarse con esos que oyen "cualquier cosa". ¿Se imaginan? No se refería a una banda, a un intérprete, quizá a una grabación. Se refería a todo el género y al público que lo escuchaba. "No me gusta el Rock Nacional" fue en mi círculo de amistades y familiares, una contradicción continua. ¿Qué es el Rock Nacional? ¿A qué suena? ¿Qué definía? Bueno, luego de tanto tiempo y años, aún existen personas que se expresan así. ¿Hemos madurado o seguimos estancados en prejuicios?

Este concierto fue la prueba de que nuestra música no tiene nada qué envidiar

PREJUICIOS QUE NOS DIVIDEN

Imagínense, un adolescente que creció escuchando ese tipo de comentarios. Y cuando indagaba "por qué" no les gustaba, los comentarios eran siempre los mismos: "Esos son vagos, marihuanos, no hacen nada de provecho, borrachos, inmaduros". Solo prejuicios. Pero luego veías que admiraban a grupos y bandas con las mismas cualidades descritas, LAS MISMAS, solo que ellos eran gringos, ingleses, mexicanos o argentinos. Yo no lo entendía. Y cada vez que encontraba una canción creativa, original y de calidad, me sorprendía más que hubiera tanto talento y que tanta gente simplemente no pudiera verlo porque antes juzgaba el pelito largo o la camisa negra que tenían los intérpretes. Y que además eran chapines.

De hecho se trataba más bien de identidad. Esos mismos prejuicios fueron los que hicieron que los rockeros de entonces fueran tan unidos y solidarios. Ante el rechazo "de las mayorías", se compactaron hasta provocar que el movimiento fuera reconocido y ganaron espacios. Fue la victoria más significativa del momento. Estaciones de radio, programas enteros dedicados a la música nacional. Todos compartíamos los CDs y cassettes para que más y más personas escucharan las canciones de nuestro rock. Pero siguieron las críticas. Para mí era inconcebible que la gente no reconociera la calidad de producción del Mil Palabras Con Sus Dientes o del profesionalismo en los últimos tres discos de Alux Nahual. Esos son sin duda dos de los mejores ejemplos de calidad, que no desmerecían nada a una producción internacional. Y al navegar más dentro del movimiento, joyas conceptuales como El Rebotante de La Tona, el bien logrado Oscuro de Viernes Verde, el ejemplar Llévame al Disco de Fábulas, entre tantos otros, eran en realidad un manifiesto de que aquí las cosas se podían hacer y se hacían bien.



"NO ME GUSTA EL ROCK INTERNACIONAL" (?)

Y al final, ¿Qué era el Rock Nacional? ¿En qué se parecían Extinción a Legión, Razones de Cambio a Toba, Cuatro Púrpura a Domestic Fool, Badha a Almas Ajenas? Solo en la nacionalidad, pues en sonido, producción, profesionalismo y hasta en público, no tenía una cosa que ver con la otra. ¿Y qué era sustancialmente "mejor" en las bandas mexicanas, por ejemplo, fuera de tener una tonadita pegajosa y toda una industria detrás que las inflaba a través de Televisa? Lo he dicho siempre: prefiero oír mil veces más a La Tona antes que a Caifanes, a Viento en Contra antes que a Jumbo, a Alux Nahual que al Tri, a Bohemia que a Maná, y a Razones antes que a Zoe.

¿Se imaginan a alguien que diga "no me gusta el rock internacional"? Así de tonta la aseveración, como la otra. He soñado desde hace mucho tiempo con el día en el que la gente se tome el tiempo de entender la propuesta de rock guatemalteco. No hay industria, no hay disqueras, fuera de dos compañías cerveceras, no hay quién pague por la promoción de las nuevas bandas, no hay canales de verdadero apoyo o proyección de videos musicales, los espacios en bares escasean y la mayoría de veces no hay paga para los grupos (aunque los dueños de bares sí tengan ganancia por consumo), no hay emisoras de radio abiertas que programen rock nacional que no sea el consagrado, en fin, el dichoso "Rock Nacional" existe por pura voluntad de quienes lo hacemos y lo apoyamos. A mi juicio merece y merece mucho más que aquellos que son creados y mantenidos para lucrar.

Si usted, apreciable lector, se identifica con estas palabras, le pido que comparta esta columna, que comente, que siempre que venga a alguien a hablarle mal de Guatemala y su arte, recuérdeles de todos los artistas enlistados arriba, pero súmele también el enorme movimiento que existe actualmente, propuestas frescas y creativas como las de Jonathan Carrión, Moz, Cóctel, Claudia Armas, Hot Sugar Mama, Tony Delgado, Kalafia, entre tantas otras.



Que no nos definan por mediocridades y prejuicios ilógicos. Aquí la música se hace con dedicación, con entrega y luchando contra todas las adversidades propias de nuestra sociedad. Solo por ello el músico en Guate merece respeto. Y mucho más cuando lo que se juzga es su forma de vestir o de peinar. El Rock Nacional está más vivo que nunca, gracias a tanta gente que aprendió a ver y escuchar fuera de los estereotipos. Sumemos muchá, no dejemos que nos callen ni que nos juzguen. ¡Arriba el Rock de Guatemala!